Una vez que uno ya ha llorado a lágrima viva con Hachiko (recordamos, aquel dramón en el que el dueño que un perro muere y luego el perro se queda toda la vida esperándolo en la estación), uno también espera que este tipo de cosas no le vaya a afectar. Pero nunca es así.
¿A qué me refiero con este tipo de cosas? En este caso, al hecho más luctuoso de la semana, y probablemente del año. Me refiero, claro, al último servicio de Sully como perro del Estado. Sully fue el perro de servicio que acompañó a Bush hasta, literalmente, el último momento. Un último momento que ha conmovido a medio mundo.
George H. W. Bush's service dog, Sully, says goodbye pic.twitter.com/CVA2gR5mca
— Reuters Top News (@Reuters) December 4, 2018
Labrador de dos años, fiel como todo perro, y con actitudes extraordinarias como responder al teléfono o coger objetos dado el avanzado estado de Parkinson de su dueño (exdueño), Sully trabajó para el expresidente. Trabajó como extensión de Bush. Haciendo lo que él no podía. Ahora, ha puesto en práctica su último servicio: acompañar a su dueño en su último momento.
(Sully, por cierto, recibe su nombre de Chesley B. “Sully” Sullenberg, el piloto que salvó la vida a 155 pasajeros tras aterrizar en el río Hudson).
Llegados a este punto, lo único en lo que puedo pensar es en que si la vida de Bush va a pasar a mejor (como siempre se dice) sólo espero que con la vida de Sully ocurra exactamente lo mismo.
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