Este año murío Sack, el perro de la familia desde 2003. Que nadie se preocupe ni me compadezca: él no sufrió (yo un poquito, pero ahora menos) y tuvo una buena vida.
Después del reguero de lágrimas en los días posteriores, después de los abrazos familiares, después de la evocación continua de recuerdos que creíamos perdidos, llegó la obsesión autorreferencial. El pensamiento mágico del que habló Didion.
Pasado el mes –con la idea new age de que el mundo conspiraba para hablarme y para hacerme sentir mal y para recordarme a Sack–, di con un artículo: “Un veterinario revela lo que sienten los perros antes de morir”.

Sack
Mierda. Nudo en el estómago y garganta seca, hacer click en el link con el miedo de quien se espera a recibir una mala noticia.
Una cosa importante que no he dicho: yo ya no vivo en la misma ciudad que mis padres y fue mi madre quien llevó a Sack al veterinario para que recibiera la última inyección. A mí la noticia me llegó como llega el Sol a la Tierra. Con minutos de retraso.

Sack
El artículo, grosso modo, ampliaba la información de un tuit. Una usuaria le preguntó a un veterinario por la parte más dura de su trabajo: “me dijo que, cuando tenía que sacrificar un animal, el 90% de los propietarios no querían estar en la habitación cuando los inyectaba. Los últimos momentos del animal suelen ser frenéticos y miran a su alrededor para buscar a sus dueños”.
La clínica veterinaria a la que hacía referencia amplió la información: “No seas cobarde porque crees que es demasiado difícil para ti, imagínate lo que sienten cuando los dejas en su momento más vulnerable y las personas como yo tienen que hacer todo lo posible cada vez para consolarlos, quitarles el miedo y probar para explicar por qué simplemente no pudiste quedarte”.
Tenía el mensaje preparado para mandárselo a mi madre. Y lo borré. No quiero saber si mi madre miró o no miró. Prefiero pensar que lo hizo. Por una vez en la vida prefiero hacer apología de una máxima que detesto: en la ignorancia está la felicidad.
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Antes de ese momento ha vivido una larga vida en la que, tras ser separado de su camada, su verdadera familia, para pasar a ser propiedad de un humano, en la mayor parte de los casos ha vivido como un adulto de su especie convertido en un ser dependiente y sometido, un objeto propiedad de un ejemplar de otra especie, sin poder disponer ni durante un solo segundo de capacidad de decisión sobre su tiempo, obedeciendo continuas e incomprensibles órdenes que contravienen sus instintos, encerrado y a menudo en soledad la mayor parte del dia en un habitáculo de cemento, saliendo a pasear (léase orinar y defecar en la calle) a breves ratitos, con frecuencia a horas intempestivas y atado con una correa (y si es agresivo, con un bozal) al paso de un humano sedentario que va leyendo su móvil o se lo lleva a sus actividades tirando de él como un lastre cada vez que se detiene a olisquear o mirar algo (y aguanta aburrido durante horas de espera frente a comercios, encerrado en una jaula durante los viajes, tumbado entre bosques de piernas en una terraza, incluso los llevan a conciertos y manifestaciones!!!!!). En definitiva, sin poder desarrollarse como un perro, sino como un complemento humano cuyo consumo de recursos le cuesta la vida a muchos animales salvajes que sí tienen vidas que, aunque duras, son ricas y estimulantes. Y eso si no ha sido castrado para que no fastidie, o le han cortado orejas o rabo por razones meramente estéticas. Para muchos, el momento del final debe ser una liberación.
tonteria de comentario