El otro día estuve en un speed dating.
Reformulo la frase para darle más enjundia a lo que quiero decir: el otro día mi persona coincidió en espacio y en tiempo con la celebración del speed dating más grande de la historia. Y no ligué.
Un speed dating, por si fuera necesaria la explicación, consiste en que varias personas (en este caso éramos mil) están en una sala (en este caso el Wizink Center). Cada persona se sienta enfrente de la otra y cada cinco minutos una de esas personas se cambia de silla.
Esto es: tienes cinco minutos para conocer a tu futura exnovia, para echarte unas risas, para disfrutar de un silencio incómodo, para ensayar conversaciones de ascensor, para poner en práctica un experimento sociológico, para saber cuáles son tus dotes actorales.
Yo, particularmente, iba con todas esas ideas en mente salvo con la primera. Y mi amigo Cristian, parecido. Nos sentamos al lado. Esto significa que hablamos con las mismas chicas. Que las chicas con las que hablaba yo, habían hablado antes con él.
Una situación que es un arma de doble filo: por un lado, puedes comentar impresiones al acabar las citas y que tu testimonio se vea reforzado por una complicidad añadida; por otro lado, y en un caso muy optimista, pudiese ser que el feeling a tres bandas nos hubiera relegado a mí al papel de Bustamante y a él al papel de Àlex Casademunt.
Una situación, la del feeling a tres bandas, que no iba a manifestarse con Jossette, encantadora mujer holandesa de cincuentaitantos. A Jossette le dije que fui futbolista del Atlético de Madrid, que llegué a jugar en 2B con el segundo equipo y que una triada me retiró de los terrenos de juego. Jossette era buena tía y me compadeció.
El feeling a tres bandas tampoco sería posible con Montse, a quien Cristian le dijo que era matemático y que estaba buscando decimales del número pi. Yo le dije que estudié cartografía digital y que había acabado de Google Street View Trekker y que lo más latoso de mi trabajo era pixelar la cara a la gente.
Por supuesto que una posible relación poliamorosa tampoco funcionó con Carmen, que antes de hablar conmigo le había dicho a Cristian que podría ser su madre. A mí no me dijo nada de eso porque creo que jugué bien mis cartas: le dije que vivía en Tres Cantos porque me quedaba cerca del trabajo y que trabajaba como técnico de aerogeneradores aka el que repara molinos de viento.
En total fueron unas quince personas y un par de ellas fueron de ese tipo de gente a la que le preguntas que qué tal y su respuesta es un lacónico “Bien” nunca acompañado de un cordial “y tú”. Un par de personas que hicieron una expropiación forzosa, una monopolización de esos 5 minutos.
Y, bueno, eso, salvo por estas dos tipas y un par de silencios incómodos, la experiencia estuvo guapa.
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