Érame yo en la Fundación Telefónica escuchando a Cristina Morales, última ganadora del Premio Herralde y gurú espiritual e intelectual de un tiempo a esta parte, cuando la escuché afirmar que uno de los mejores libros que había leído últimamente era Trapologia. No se hablase más: visita a la librería Tipos Infames, solicitar que pidieran el libro y a empezarlo en cuanto tuviera un hueco.
Antes de nada, el libro está escrito en catalán y yo el último libro que había leído en un idioma que no fuera el castellano fue en el instituto y por obligación. Pero bueno, la temática del libro y la autoridad de la prescriptora hacían de ese relativo esfuerzo un placer.
Trapologia, escrito a cuatro manos por Max Besora y Borja Bagunyà, es un libro inclasificable y difícilmente definible, igual que el género al que alude. ¿Es Trapologia un reportaje? Sí, pero no. ¿Es un aportaje? Sí, pero no. ¿Es un ensayo? Sí, pero no. ¿Es una novela? No, pero sí. En Trapologia, lógicamente, solo hay un concepto transversal y ese es el trap y su espíritu que se filtra y permeabiliza en cada página.
Y, nada, a falta de que Blackie Books o Alpha Decay –porque pronto tiene que llegar alguna editorial de este tipo a publicarlo en castellano– lo traduzcan, me tomo la licencia de traducir algunos pasajes.
Vale, ¿qué es el trap?
“El trap se encuentra más allá de las palabras y se deshace en el momento que alguien comete la imprudencia de decir alguna cosa”, dicen los autores casi al final del libro. La imprudencia de decir alguna cosa viene dada, creo, de que, por ejemplo, C. Tangana y Yung Beef, que son antagonistas absolutos, hacen (se supone) el mismo tipo de música. Y el acuerdo entre ambos, ya lo demostraron en la famosa charla del Primavera Sound, es utópico.
Por eso el trap no se puede definir ni por los sonidos, ni por la autoría. El trap se tiene que definir desde una perspectiva ideológica y sociológica. A saber: “El trap como una tulpa de toda la mierda que hacemos desaparecer por los desagües ideológicos” o como una música “exitosa como el pop, sincera y fea como el punk, contundente y chulesca como el rock, malhablada y peligrosa como el hip-hop”.
Aunque, claro, eso serían solo unos pocos puntos en común “La diferencia con ciertos movimientos musicales anteriores como el grunge o el punk es que los traperos quieren ser el sistema, en vez de cambiarlo”.
Con una diferencia, señalan los autores: los traperos aceptan los fines del sistema, pero no los medios. Es decir: quieren dinero, éxito y fama; pero no trabajar para conseguirlo. En este punto difiero. Entiendo que los traperos no quieren trabajar en un Subway, que quieren invertir su tiempo en aquello que les satisface. “Tol día workin’, sin descansar”, dice Rosalía.
El dinero y la sinceridad
A un trapero “no le puedes acusar de hacer lo que hace por la pasta: porque es lo que el mismo te dice”. O sea “el trapero no te engaña. No se esfuerza en hacerte creer que le mueve la música, el arte o las ganas de expresar alguna cosa”.
Por eso C. Tangana –aunque él diga que lo más cerca que estuvo de hacer trap es cuando vendió una tableta de hachís en la universidad– es trap y Crema –su anterior aka–, no. C. Tangana dice que lo hace todo pa’ que brille, mientras que Crema dice que teniendo el cielo para él se quedó con esa esquina.
Esto también es gracioso porque el trap debe ser el único género sobre el que nunca se ha dicho que una canción suena comercial porque sería un pleonasmo. La pureza del género está indisolublemente ligada a la voluntad de ser millonario.
El discurso de clase está vacío
“Ni voy a dar explicaciones del precio de una camiseta. Nadie ha puesto una pistola en la cabeza pa’ que compres. Y si no puedes permitírtelo, no lo compres. Yo ya he vivido todo eso, yo quería unas Nike nuevas”, lo dice Dellafuente en 13/18. Estas barras de Dellafuente reproducen una actitud ultraneoliberal y extremadamente egoísta.
La crítica al entrecomillado, sin embargo, Besora y Bagunyà la hacen mejor de lo que yo la podría hacer: “La cultura de vida chunga y fardar que el trap hereda del gangsta rap está vacía de cualquier traza revolucionaria o transformadora. Existe una conciencia de clase, pero para acreditar más el valor del éxito que se ha conseguido”.
Muchísimo más claro: “El perdedor es el trabajador explotado, hecho mierda, que no consigue satisfacer sus deseos”.
Esto viene a colación de Dellafuente FC, la línea de ropa que Dellafuente sacó primero con Joma y luego con Nike.
¿Es un género sexista?
No sé hasta qué punto tiene sentido hablar de un género en clave de sexista. Desde luego que hay algunos traperos como Kaydy Cain (“Me he follado a sus putas y ninguna me convence”) o Kinder Malo (“Cuando vas como una cuba eres una fulana”) que evidencian letras sexistas, machistas y objetualizadoras.
Ahora bien, es necesario poner el foco en según qué artistas del género como Bad Gyal o la Zowie. No es baladí ni casualidad que, el otro día, en el 8M hubiera decenas y decenas de pancartas con frases de la Zowie (“Tengo el pussy clean, no me lo irrites”).
Igual que los homosexuales que se llaman maricón entre ellos, el feminismo que reivindican estas artistas, creen los autores, es el que puede mandar. El que fagocita un insulto hasta parodiarlo. “Antes de que me corte la mirada masculina, me corto yo, yo me apropio de la connotación que la acompaña para hacerla símbolo orgulloso de una feminidad desacomplejada. Así, ser una pussy o una bitch ya no es la acusación castradora de una sociedad, sino la asunción y la reivindicación orgullosa, rabiosa, de una minorización sistémica”.
Quiero mucho a todas estas chicas con pancartas feministas de @lazowi69
💘💘💘 pic.twitter.com/8puqJCuucQ
— Anna Pacheco (@annapacheco__) March 9, 2019
La superioridad intelectual
Quienes generacional o contextualmente –o por la razón que sea– se han aislado del fenómeno del trap tienden a hacer escarnio de las letras a través de una nostalgia recalcitrante. Pero, ¿hay alguna diferencia entre el Come on baby drive my car de los Beatles y el Me subo a tu moto, nos sacamos una foto de Bad Gyal?
El trap hace gala de un feísmo voluntario, desde la estética de los vídeos hasta las letras. “Los raperos dicen que me sabe el rabo a fresa, te lo juro por la vieja esa”, dice Pimp Flaco en Toyota.
Pero esto, como todo lo que vengo comentando a lo largo del artículo, lo resumen mejor Besora y Bagunyà: “Cada vez que un gran artista ha tratado de meter alguna cosa fea –una vagina o una prostituta o un verso que no rima o una ventosidad de la mujer que no ama– en lo que se supone que debe ser el imperio de la belleza, cada vez que la fealdad y la imperfección del mundo ha entrado en la vitrina de la belleza burguesa, ha habido escándalo y acusación e intención de expulsión del panteón de los selectos”.
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1 Comment
C.Tangana/Yung Beef/B.Gyal … TRAP… LOL